Resistencia en la oscuridad

Lo que viví desde la adolescencia no fueron simple escapadas, para mi la noche no es solo ausencia de luz: es el espacio donde actúe con coraje, donde tome decisiones por mi mismo, donde enfrente el miedo… y sobreviví.

¿Por qué no me da miedo la noche?

Porque la dome temprano.
Porque estuve ahí solo, vulnerable, y la noche no me devoró.
Porque en la noche fui libre, donde nadie me gritó, donde pude elegir.

Quizás por eso hoy la noche me resulta familiar, incluso segura.

No es casual que no tema a la noche.
La noche, para muchos, es sinónimo de peligro, de incertidumbre, de soledad. Para mí, la noche fue un refugio. Fue el espacio donde pude escapar, respirar, llorar sin ser visto. La noche me dio lo que el día me negaba: libertad para existir sin ser juzgado.

Corrí entre sombras no para esconderme, sino para sobrevivir. Me hice amigo de la oscuridad, porque en ella podía ser yo, sin máscaras, sin tener que pelear o explicar nada.

Hoy entiendo que no le temo a la noche porque ya caminé por mis propias sombras. Ya atravesé miedos tan grandes que la oscuridad externa no puede ni rozarme. Hoy, la noche no me amenaza: me abraza.

Y cada vez que paso por aquellos lugares, sé que el niño que fui sigue allí, valiente, luchando a su manera. Y cada paso que doy ahora -consciente, sereno- es un acto de amor hacia él.

La noche no me pertenece.
Yo pertenezco a la vida, incluso en su parte más oscura.

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