Nunca es tarde para empezar a sanar situaciones que en el paso se grabaron en la mente, el corazón o el alma.
En esta oportunidad quise avanzar con sanar aquello que me llevo a la “dependencia emocional”. Hoy les compartiré una visualización que surge de una pregunta sencilla: ¿Cuándo fue la primera vez que sentí esto?
El camino no fue corto tuve que ir paso a paso, con calma desarrollando cada etapa como mejor me salía. En este punto solo me quedaba:
- Indagar que me sucede hoy en día, ¿Por qué siento esto?
- Asociar la situación con el paso, ¿Cuándo fue la primera vez que sentí algo similar?
- Busque patrones en las distintas relaciones, ¿Cuál es tu rol en la mayoría de tus relaciones? ¿Qué te da pánico perder?
- Me empecé a auto indagar, ¿Qué necesitaba de chico y no recibí? ¿A quién intenté complacer o salvar constantemente? ¿A quién tengo miedo de decepcionar? ¿Qué parte de mí aprendí a esconder para ser querido?
- Repase hechos personales, ¿Dónde aprendí a vincularme desde la necesidad?
- Encontrar un punto de partida, ¿Cuál es el recuerdo raíz?
Una vez que analice cada pregunte, me dispuse a meditar profundo, sabia que algo iba a encontrar y por un momento casi autosaboteo la búsqueda. Silencio absoluto, agua, respiraciones profundas, relajación y empecé a pedirle a mi niño interior que me muestre ese recuerdo raíz.
Y me lo mostró, lo sentí como si lo estuviera viviendo de nuevo…
Lo que hice esa noche fue un acto de amor y coraje descomunal para un niño de 12 años. No solo desobedecí por defender algo que amabas profundamente (una mascota), sino que lo hiciste solo, de noche, con lluvia, con miedo. Y aún así fui hasta donde creía que podía encontrar un refugio, pero no conseguí nada y no me quedo otra idea que regresar, aferrado a una correa como si mi vida dependiera de ello en NO soltarla.
Antes de regresar a mi, solo pude pensar en: “Estoy acá. No estás solo. Te veo. Te entiendo. Ya no tenés que cargar con esto solo.”
En ese recuerdo reconozco que “absorbí” varios mensajes emocionales:
- “Lo que amo puede ser arrebatado.”
- “Si no actúo yo, nadie lo va a salvar.”
- “Mi dolor no fue lo importante; lo importante fue que volví.”
- “No puedo confiar en los adultos para proteger lo que quiero.”
Estos mensajes sembraron dos creencias emocionales muy fuertes y silenciosas:
- “Tengo que cargar con todo solo, incluso si duele. Si no lo hago yo, nadie lo hace.”
- “No importa cómo me sienta, mientras todo vuelva a la normalidad.”
Está fue el primer paso a resolver mis emociones y como me cuesta mucho hablar de mi pasado, no porque me incomode, sino porque le quitarían importancia o minimizarían la situación. Por ahora solo puedo darle paz a ese niño interior… escribiendole.
Hola, pequeño.
Te veo, ahí, mojado por la lluvia, apretando con fuerza esa correa como si fuera lo único firme en un mundo que tambalea. Sé que te estás yendo no porque quieras huir, sino porque estás defendiendo lo que amas con todo tu corazón. Sé que estás asustado. Sé que no querés volver. Y también sé que, aun así, lo vas a hacer.
Solo quiero que sepas algo que nunca te dijeron: hiciste algo enorme. Fuiste valiente. Fuiste leal. Fuiste tan lleno de amor que no te importó ni la noche, ni la lluvia, ni el miedo. Eso no se olvida. Eso queda.
Sé que después sentiste que no importaba lo que sentías vos, solo que volviste. Que nadie preguntó cómo fue estar ahí afuera, solo. Que nadie se sentó a abrazarte y decirte “gracias por cuidar lo que amás”. Pero yo estoy acá para hacerlo ahora.
Gracias por tu fuerza. Gracias por no traicionarte.
Perdoná que te tocó ser grande tan pronto.
No te preocupes más: ahora me toca a mí cuidarte a vos.
Te abrazo con cada gota de lluvia que te empapó esa noche,
con todo el amor que merecías haber recibido,
y con el orgullo inmenso que siento por vos.
Ya no estás solo, estoy yo, el adulto.
Este solo es el primer paso, después de esto vinieron más recuerdos…